¿Cómo murió la libertad de expresión? Cancelación, redes sociales y legitimidad.
De la plaza pública al scroll: cómo 'funar' pasó de ser un acto de justicia social a una herramienta de control digital. Locke, Foucault, Horkheimer y Hayek.
Esta es la versión en español del artículo que envié a la Cambridge Rethink Essay Competition, Mayo de 2025.
Un camino para andar, no se te ocurra dudar
Deja que el rebaño nos enseñe a comportarnos
Falso amor sin libertad, falso Dios y falso Alá
Rezan por dinero y el dinero va a matarnos
No, no te conviene buscar otra opción
Salvar tus ideales puede condenarte
(Rupatrupa, OBEDECE.)
El verbo funar es usado en la cultura chilena para describir
el acto de cancelar a alguien en redes sociales.
Su etimología proviene de la palabra Funus, en
latín significaba funeral, muerte violenta o ruina.
Origen de la cancelación.
Ya en la Antigua Grecia, la Asamblea de Atenas se guardaba el derecho de condenar al ostracismo. El condenado tenía que someterse a diez años de exilio político. Esta asamblea fue la misma que condenó a Sócrates. Más tarde, en la Roma imperial, sería el Senado quien decretaba la damnatio memoriae. Así se eliminaban todos los símbolos de un emperador pasado: sus estatuas de mármol, sus inscripciones talladas en piedra o los cuadros que habían sido encargados a artistas. En suma, ambas instituciones fueron usadas para mantener el status quo y controlar a los rebeldes.
Siguiendo este camino, incluso en la Revolución Francesa se mataron a más de 25.000 enemigos políticos —los llamados enemigos de la revolución—, guillotinados por Robespierre.
Lejos de ser un fenómeno aislado o personal, ha sido institucionalizado. La Inquisición persigue a los herejes, como Galileo Galilei, por criticar la cosmovisión e idiosincrasia de la Iglesia. Pero en el siglo XX, el macartismo estadounidense persigue a comunistas, artistas e intelectuales por ser considerados peligrosos para la nación. Si la Iglesia mantuvo a Galileo en arresto domiciliario, obligado a negar sus ideas, el gobierno estadounidense mantuvo a estos en la cárcel, en el mejor de los casos.
Aunque hayan existido mecanismos contra la disidencia por atacar al poder dominante, también han surgido aquellos que no son tan asfixiantes y que buscan la responsabilización sin coerción. Destacamos el caso de las Cantigas de escarnio e maldizer (CEM). Estas buscan exponer los abusos de la nobleza castellana y restringirlos, o hacer públicos comportamientos inmorales como la deshonestidad, la injusticia o la promiscuidad. Las cantigas son capaces de promover una conducta moral usando la ironía y el sarcasmo público. Por ejemplo, un verso popular lo escribe Alfonso X, criticando a un noble al que le dieron dinero pero no volvió con los caballeros:
O que levou os dinheiros
e non troux' os cavaleiros,
é por non ir nos primeiros
que faroneja?
Pois que ven cõnos prestumeiros,
maldito seja!El que se llevó el dinero
y no trajo a los caballeros,
¿es porque no quiso ir entre los primeros
que alardea?
Pues ya que viene con nosotros, los de a pie,
¡maldito sea!
Hoy en día, la cultura de la cancelación está entre estos dos modelos: herramienta punitiva o responsabilizadora. Para entenderla, usaremos la definición “the deliberate cessation of engagement with a party (person or group) in public, professional, and political life because of their opinion expressed verbally, through action, or in print which appears to diverge from the moral–political consensus of some group or of the general population”(GuhaRoy). Según esta definición, creemos que la cultura de la cancelación actual es perjudicial, y aunque pudo tener un origen natural o evolutivo, ha sido captada por las élites políticas y económicas.
Para llegar a esta tesis hemos analizado tres puntos: una breve genealogía de la libertad y la autoridad, el origen espontáneo de la cancelación y
su aparente carácter democrático
Breve genealogía de la libertad y de la autoridad
Para responder adecuadamente a los problemas de la cancelación, es preciso entender cómo distintos conceptos de libertad y legitimidad han cambiado nuestro mundo. Por ejemplo, la proposición “we are born free and equal”, no apareció por escrito hasta las revoluciones modernas, pero ya estaba interiorizada en algunas civilizaciones que consiguieron tanto libertades individuales como libertad política.
Atenas, la polis griega que antes mencionamos, consiguió que su demos, el pueblo, fuese quien dominara el kratos, el poder. Fueron capaces de destituir a la autoridad —distintas oligarquías que gobernaban la zona— y conformar una autoridad propia. Contrariamente, en la República Romana la autoridad provenía del mundo militar, el imperium. Sin embargo, la sociedad civil se regulaba gracias al auctoritas y potestas, que señalaban otros tipos de poder: auctoritas era el poder moral, en forma de prestigio e influencia (como el de un famoso o un influencer con sus seguidores), mientras que potestas hacía referencia a una autoridad legal (como la de un padre sobre sus hijos).
Estas relaciones entre quienes gobiernan y quienes son gobernados fueron analizadas por tres grandes filósofos. El primero, Hobbes, explicó que sin Estado los seres humanos están condenados a la guerra perpetua; por eso necesitamos un Leviatán que nos proporcione orden. El segundo, Locke, interpreta el estado de naturaleza previo a cualquier gobierno como pacífico y racional, aunque carente de una autoridad imparcial que defienda los derechos naturales: propiedad, libertad y vida. Por ello, los seres humanos se reúnen y forman un gobierno. Finalmente, Rousseau critica a las autoridades, pues el humano es libre hasta que las injusticias sociales lo corrompen. Él propone un contrato social basado en la voluntad general, a través de asambleas y de un Estado participativo.
La dicotomía aquí recae en la libertad de expresión ¿es un derecho natural de Locke o está subordinada a la voluntad general de Rousseau? Según cómo respondamos, se puede argumentar que la cultura de la cancelación acaba con nuestros derechos intrínsecos o nos ayuda a formar, mediante mecanismos de vigilancia y castigo, cierta homogeneización social. Por eso, entender qué es y de dónde provienen libertad y autoridad es vital.
John Stuart Mill ahonda en cómo responder a esta dicotomía desde su pragmatismo característico. Ve la libertad de expresión como base de la especie humana: por una parte, si se silencia una opinión verdadera, nunca podremos cambiar nuestro pensamiento falaz.
Por otra parte, si se silencia una opinión falsa, perdemos la noción de verdad, que solo se muestra dialécticamente al combatir contra lo falso. Entonces, la libertad de expresión es una característica sine qua non de las civilizaciones humanas.
Ahora bien, son estas mismas civilizaciones las que buscan limitarla: ostracismo, damnatio memoriae, Inquisición, etc. Debemos preguntarnos cómo surgen realmente: ¿de modo natural o como fruto de cuestiones políticas e históricas?
¿Es la cancelación espontánea?
Carl Menger dedicó gran parte de su vida al estudio de las instituciones espontáneas. Este economista del siglo XIX fundó la Escuela Austriaca de Economía y revolucionó esta ciencia gracias a sus teorías sobre los precios, el tiempo o la subjetividad del valor. Su discípulo y premio Nobel, Hayek, nos deja tres proposiciones que debe cumplir una institución para considerarse espontánea:
A. No debe ser fruto de una planificación externa.
B. Debe recoger conocimiento disperso y tácito acumulado a través de experiencias personales e interacciones sociales.
C. Debe emerger, persistir o desaparecer a través de un proceso evolutivo, dependiendo de su capacidad para resolver problemas mejor que sus competidores.
Si seguimos estas proposiciones, observaremos cómo el comercio, el derecho consuetudinario e incluso el lenguaje emergen como soluciones autoorganizadas a través de información dispersa. No se pueden explicar partiendo de una planificación central. Algunas comunidades empiezan a usar ciertos metales como dinero, otras desarrollan un lenguaje propio y ciertas costumbres se recogen como leyes. Cada agente participa en la evolución de la institución. Sin embargo, nuestra tarea será dilucidar si los requisitos de Hayek son aplicables también a la cultura de la cancelación actual.
Primero, el fenómeno moderno no surge deliberadamente: aparece a partir de la gran masa de usuarios que llega a los servicios de comunicación masiva (A). Luego, parece no estar centralizado, pues diferentes individuos tienen parte de la información, fruto de su experiencia personal o del diálogo con otros. Además, cada agente tiene distintos grados de influencia. Esto, lejos de un sistema planificado, recuerda a un esquema de nodos interconectados (B).
Aunque se podría argumentar que algunos individuos tienen bastante poder, ninguno está exento de caer. Entonces, podemos afirmar que la cultura de la cancelación cumple los primeros requisitos de institución espontánea. Pero es complicado responder si realmente resuelve problemas de coordinación… o si los empeora.
Por una parte, frena discursos extremistas proponiendo cierto clima de paz.
Por otra, la polarización que sufre lleva a censuras entre individuos para alcanzar esos mismos objetivos de paz. Para desenvolver una crítica más elaborada, usaremos el ejemplo del músico Yasin Abdullahi, recientemente cancelado. Él era un prominente rapero sueco que ganó dos prestigiosos premios P3 Guld. Cuando fue juzgado por secuestrar a un artista rival (aunque negó los cargos), fue sentenciado a diez meses de prisión por su implicación.
Según estudios sobre cancelación (como los de Hazib Zolic, con herramientas de análisis discursivo), se crearon dos polos opuestos: uno criticaba a Yasin y a la academia que lo premió; el otro lo defendía, pues su música visibilizaba las comunidades marginales suecas. La agresividad escaló y aparecieron las interacciones parasociales. Personas sin relación entre ellas ni con el cancelado repitieran los mismos mantras. Es llamativo como Adorno y Horkheimer ya explicaban hace setenta años cómo la reproducción mecánica del arte deshumanizaba la expresión humana; hoy lo mismo sucede con las ideas durante un proceso de cancelación: se repiten deshumanizadamente, sin crítica.
Así, principios jurídicos básicos como el "velo de ignorancia" de Rawls (juzgar los actos, no la persona) no se pueden aplicar una vez interiorizada esta lógica. La cancelación huye de un modelo espontáneo y civil: ya no hay nodos que comunican, sino burbujas que aíslan.
Funcionan como los panópticos de Foucault: los individuos se autorregulan porque piensan que van a ser vigilados y juzgados.
Algunos investigadores sitúan la aparición de la cancelación en la red social Twitter (ahora X). Ya en sus orígenes, los usuarios llamaban al sabotaje de industrias o a pelear contra ideologías contrarias. Esta práctica se volvió un meme replicable, parte de la dinámica de redes sociales. Incluso si estas prácticas surgieron naturalmente, no son una forma de responsabilizar individuos. Ahora, la cancelación se presenta como una institución radicalizada.
Según el paradigma de Hayek, debería desaparecer evolutivamente. Pero ha sido rescatada artificialmente por las élites político-económicas, que no la dejarán caer: les permite conquistar la esfera pública donde se condensa y forma la opinión, como indicaba Habermas.
En un sistema abierto, desaparecería o se transformaría. Sin embargo, como advierte la Escuela de Frankfurt en su crítica a la protección estatal de las instituciones sociales, no enfrentamos su desaparición... sino la nuestra: a través del silenciamiento del disidente y la erosión del debate público.
¿Es la cancelación democrática?
Aunque potenciada por Estados y élites, la cultura de la cancelación suele ser entendida como democrática. Somos nosotros, a través de un sistema directo, decidimos si cancelar o no. Sin embargo, este punto merece un análisis detallado. Ya indicaba el Étienne de La Boétie, el filósofo francés, cómo la gente voluntariamente se ofrecía a los sistemas opresivos como si fuesen expresiones de su propia voluntad. Él se preguntó cómo gente de todo el globo abandonaba su libertad para subordinarse a la clase dominante. Hoy en día regalamos nuestro tiempo también voluntariamente a los algoritmos, y algunos creen que cancelar es una labor social alejada de la servidumbre voluntaria.
La cultura de la cancelación se viste de democracia gracias a la ilusión de que la mayoría participa, la voz aparentemente dada a los marginados y la accesibilidad que trae la tecnología. Sin embargo, nada tiene esto que ver con un sistema democrático. Para el jurista Antonio García-Trevijano Forte, famoso por su lucha contra la dictadura franquista, hay dos características fundamentales para la democracia: representación civil y separación de poderes. Esto no se cumple. Los likes no son equiparables con un sistema de voto y las aplicaciones deciden qué y cómo se puede decir. Jamás los usuarios. Como empresa, no pueden ser democráticas, pues cualquier organización —da igual sus intenciones— tiende a la oligarquía. Esto es lo que explica Robert Michels con su Ley de Hierro de las Oligarquías: el poder tiende a concentrarse en pocas manos, excluyendo a la masa de usuarios de las decisiones. En las redes sociales, unos pocos influencers pueden potenciar grandes movimientos cancelatorios.
Un claro ejemplo de esta tendencia es la controversia que implicó a J.K. Rowling, la escritora de Harry Potter, que, luego de expresar sus opiniones sobre género y sexo, fue cancelada. Sus opiniones fueron ofensivas, y unas cuantas cuentas con millones de seguidores difundieron un backlash. Otros usuarios, promoviendo la conversación pública, organizaron un boicot y modificaron la narrativa, mientras muchos otros, también radicalizados, lucharon en el otro bando.
Conclusión.
En definitiva, la cancelación y su cultura no es una anomalía reciente. Aunque útil en su origen, pudiendo considerar que nace espontáneamente, ha sido radicalizada. Hoy, su falsa legitimidad se nutre de oligarquías políticas y económicas que salen beneficiadas. Al fin y al cabo, el derecho civil llega hasta donde comienza el derecho mercantil.
Después de haber analizado tres aspectos claves —legitimidad, orígenes y falsa naturaleza democrática— solo nos queda una cosa por añadir: George Orwell no escribía ficción. Hay un Gran Hermano vigilándonos en cada momento desde nuestro bolsillo, infectando nuestro cerebro. Nos postramos ante él voluntariamente y aún creemos que es nuestro deber democrático. Esto no lo hace legítimo. Incluso las personas que nunca han cometido ningún acto ilegal saben lo que es que un tribunal les juzgue. Solo cabe finalizar con la tesis que expusimos y verificamos desde el inicio: la cultura de la cancelación limita nuestra libertad de expresión. Aunque de orígenes espontáneos, ha sido totalmente subvertida.
Pero que sabré yo, si solo soy un chaval de 17 años escribiendo desde su cómodo piso en una pequeña y amable ciudad gallega…
Perdonad, lectores, por la excesiva seriedad de este artículo. Es el estilo necesario para enviar un artículo al concurso de Cambridge Rethink Essay Competition. Sin embargo, los temas aquí tratados son muy importantes. Si quieres leer más sobre temas interesantes pero de forma más jovial y desahogada:
Recomendaciones, ¿qué estoy haciendo?
Como cada martes, te traigo tres de mis recomendaciones (lo que escribo, lo que leo y lo que escucho; siéntete libre de dejar las tuyas es comentarios).
Escribiendo: el martes os traigo un nuevo artículo, sobre prohibir los móviles en los colegios. Resulta que hace poco hay una gran ola “antimóvil”, metiendo a Twitter, Pornhub (y Substack) en el mismo saco busca destruír el malévolo dispositivo. Yo, me opongo a esta ola y creo que es hipócrita; el próximo martes tendréis el artículo, sígueme para no perdértelo.
Leyendo: Cousas, de Castelao; un libro de memes, pero del siglo pasado (1925). Sus dibujos, complementados con textos agudos y breves, nos muestran la Galicia agraria y el caciquismo representada por personajes populares, labriegos y marineros, ciegos y desamparados. Cada página lleva un dibujo sencillo y una frase sagaz, es decir, un meme. Pasar sus páginas es como scrollear. La semana pasada hice un artículo extenso sobre ello. (pincha aquí)
Escuchando: la canción Cigarra, de Carlos Ares. Esta obra del indie español creo que está en bastante sintonía con este artículo, ¿no crees?
No se dan cuenta del poder de la palabra
Alguno habla y sin querer queriendo te saca las garras
Hay bocas de las que apuntar en la pizarra
Bocas de las que no sale más que chatarra
Si te ven seguro
De seguro que los inseguros dirán que te subiste a la parra
Dirán que estás como una cabra
Solo por cantarle las cuarenta a una cigarra
En fin, disfruta de tu semana, no te quemes hasta el próximo martes, porque en exactamente siete días volvemos con otro post de La Hoguera. Soy Diego Madarnás, y si te gusta lo que escribo, sígueme. Puedes también recomendarme, así ponemos más leña en nuestra hoguera: aquí no quemamos libros. ¡Hasta la próxima!
Diego Madarnás.